Orhan Pamuk – Constantinopla 1955

Constantinopla 1955.
A través de los ojos de Orhan Pamuk.




Los Griegos (romanos) que abandonaron en los últimos cincuenta años Estambul son más que aquellos que la dejaron en los años cincuenta después de 1453.
A comienzos del siglo pasado, la mitad de la población no era musulmana, y la gran parte de la población no musulmana la constituían los Griegos que eran la continuación de los Bizantinos.
En la infancia y en los primeros años adolescentes hubo un movimiento de nacionalismo turco intenso que sostuvo que el uso de la palabra Constantinopla significaba que los Turcos no pertenecían a esta ciudad, que los primeros propietarios de esta ciudad un día regresarían y nos echarían a nosotros los conquistadores desde hace 1500 años o, a lo menos, nos convertirían en ciudadanos de segunda categoría. Para los seguidores del nacionalismo turco el uso de la palabra «toma» tenía gran importancia.
Habían seguramente ocasiones que todavía los Otomanos llamaban a la ciudad Constantinopla.
Los Turcos que querían la ruptura de relaciones con Europa, preferían no enfatizar la «captura».
En los primeros años de la Guerra fría, Turquía, miembro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico del Norte), no deseaba recordar al mundo la «captura».
Aunque después de dos años, en 1955, fueron destruidas y saqueadas las propiedades de los Griegos y de las otras minorías en Estambul, ya que era imposible que se reprimieran las poblaciones que habían sido instigadas por el gobierno turco. Estos hechos que incluían destrucciones de iglesias y asesinatos de arzobispos, se parecían, en saqueo y crueldad, a los hechos que describen los historiadores «Occidentales» de la «caída».
Los Griegos que abandonaron en los últimos cincuenta años la ciudad de Estambul, debido a los errores de los gobiernos turco y griego que se comportaban ante sus minorías, desde que Grecia y Turquía se volvieron estados nacionales, como si fueran rehenes, son más que aquellos que la abandonaron en los cincuenta años después de 1453.
En 1955, cuando los Ingleses se preparaban para irse de Chipre y los Griegos en retomar completamente el gobierno de la isla, un intendente de los servicios secretos turcos puso una bomba en la casa donde nació Ataturk (Mustafa Kemal), (“padre de los Turcos”) en Thessaloniki.
Cuando los periódicos con extensas ediciones y haciendo grande el incidente, difundieron la noticia, la población enemiga de las minorías no musulmanas se reunió en la Plaza Taksim, quemando, destruyendo y saqueando hasta la mañana, primero tiendas de donde comprábamos mi madre y yo en Begioglu y después, toda la ciudad.
Los movimientos destructores en regiones como Ortakioy, Balukli, Psomatheia, Fanari, donde vivían muchos Griegos, con violencia que causaba terror, quemaron y saquearon pequeñas y humildes tiendas de abarrotes griegas, destruyendo cercados y entrando a las casas, violando a Griegas y Armenias.
Podría alguien decir que se portaron de la misma forma cruel con los soldados que saquearon Estambul, cuando el sultán Maometh el Conquistador entró a la ciudad.
s tarde se descubrió que los organizadores, los cuales eran apoyados por el gobierno, para movilizar a los saqueadores, que por dos días expandieron terror en la ciudad y convirtieron Estambul en un infierno peor que las pesadillas de los cristianos y los Europeos que habían dicho que el saqueador estaba libre.
La mañana de la noche en que en las calles peligraba en ser linchado quien no era musulmán, Begioglu y la avenida Istiklal estaban llenas de objetos que no podían ser transportados de las tiendas saqueadas con las vitrinas y las puertas rotas, mas que habían sido destruidas con mucha alegría. Colores, colores, paisajes, paisajes, las telas, las alfombras y vestidos, y encima refrigeradores bocabajo, muñecos mutilados que miraban el cielo, y algunos tanques que por lo menos tarde habían salido a las calles para restablecer el orden.

Todo esto, ya que se describía por muchos años en casa, está vivo en mi mente, con todos los detalles, como si lo hubiera visto yo mismo.
ORHAN PAMUK
(Premio nobel de literatura 2006)
4 de septiembre de 2008

Traducción: Alejandro Aguilar

El Museo de la inocencia Orhan Pamuk

Portada de la nueva novela de Orhan Pamuk, Masumiyet Müzesi, en su edición turca

Ferit Orhan Pamuk (Estambul, Turquía, 7 de junio de 1952) es un escritor turco, Premio Nobel de Literatura 2006

La pasión de Kemal

La historia de esta gran novela -como ocurre también con otras grandes novelas- se trivializa en cuanto se la resume. El museo de la inocencia , del Premio Nobel Orhan Pamuk, cuenta las fases de la pasión amorosa que siente el joven Kemal, perteneciente a la rica burguesía de Estambul, por la joven Füsun, una lejana y empobrecida pariente. Es la historia de una pasión obsesiva que por cerca de nueve años no deja de ser enamoramiento para convertirse en reposado y maduro amor. La manera en que Pamuk narra esta historia (un ejemplo de sutil sencillez) hace de ella una historia extraordinaria, única, absolutamente distante de lo trivial. Algunas categorías no literarias, pero que son parte de la cultura y biografía íntimas del autor turco, aproximan a esa manera de narrar. El tapiz persa, con su refinada urdimbre de hilos y sus delicados diseños, corresponde en el relato al entramado, hecho con primor, entre la historia del loco amor de Kemal (contado desde su mirada y con su voz) y la crónica social, la descripción de costumbres, la historia política, y al paisaje y vida de Estambul. La miniatura persa, a su vez, en la cual Pamuk es especialista (y que ya aparece visible en su novela Mi nombre es Rojo ), posee también en cada capítulo de este libro: la prosa de Pamuk se estiliza en los detalles («¡Dios del amor, dios de los detalles!», según diría Boris Pasternak), aquellos que otro escritor (no enamorado) dejaría de lado: marcas de cigarrillos y gaseosas, nombres de programas de televisión y sus conductores, restaurantes, cantantes, bares y cines, nombre de las películas y los actores y actrices, las calles y barrios, la figuritas de cerámicas que se ponen sobre el televisor, los nombres y sobrenombres de los numerosos personajes que aparecen. El museo de la inocencia está colmado de nombres (lleva al final un índice onomástico y un mapa), sobre todo de nombres turcos: nombres de personas, de cosas y lugares que integran una filigrana visual, sonora y de sentido. El arte de Pamuk es poner esos nombres y los objetos en función perfecta y necesaria con la historia narrada: son el fondo del tapiz, la filigrana que decora la miniatura y proporcionan la atmósfera de la novela.

El autor incluye una historia dentro de la historia: la primera historia, es narrada en primera persona por el protagonista, Kemal mismo. En las últimas líneas Kemal explica que sus recuerdos son «momentos» deshilvanados que necesitan de alguien que los una y por ello recurre a Orhan Pamuk, novelista (sus familias se conocían), se entrevista varias veces con él, le encarga escribir su biografía-catálogo y se despide, cediéndole la narración. Así, en las páginas finales, ahora Pamuk, narrador y personaje de su novela, también en primera persona, concluye de contar la historia de la pasión de Kemal. Los narradores logran un tono muy verosímil y el enlace entre ambos es tan simple como mágico.

La temporalidad de la novela es una clave. Desde el título sabemos que la pasión de Kemal no termina bien y el autor va manejando con angustia creciente esa emoción: huele a desgracia porque será expuesta en un museo y éste (un invento Occidental) tiene tanto que ver con las tumbas. En las primeras páginas Kemal confirma ese pronóstico ominoso cuando separa dos tiempos: el de la pasión propiamente tal y otro, que proyecta una sombra sobre ella, el tiempo muy posterior del museo de esa pasión. Kemal es un coleccionista orgulloso que a lo largo de su relación con Füsun se dedica a «robar» objetos que encierran momentos, tristes o dichosos, de ella. Luego visitará miles de museos alrededor del mundo, seguirá completando la colección y funda con ella un museo para resguardar y homenajear a su amada Füsum. La novela es escrita veinte años después.

Vista a nuestros ojos la historia de Kemal es la de un amor desgraciado. Con todo, Kemal (que ha leído Nieve ), le pide a Pamuk poder dirigirse, al final de libro, directamente al lector y dice: «Que todo el mundo sepa que he tenido una vida feliz».

La felicidad en el amor es un tema central en esta hermosa novela. A veces la enseñanza de Kemal es que esa felicidad existe pero sólo de manera retrospectiva: en el momento presente, la ignoramos. También Kemal descubre (y olvida) su simple receta: «La felicidad consiste sólo en estar cerca de la persona amada (no hace falta poseerla de inmediato)».

El museo de la inocencia no tiene existencia físicamente y sus colecciones sólo pueden ser visitadas leyendo esta novela-catálogo. Escrita con un ritmo sin apresuramiento alguno (con esa vastedad de las novelas de Dostoievski que él tanto ama), Pamuk logra plenamente dar un nuevo giro a la novela de amor: Entrañable, sin gravedad, gran literatura.

Vista de Estambul con la Mezquita de Solimán El Magnífico al fondo, desde el puente Galata